En el refugio de Manu cabemos solo dos. Cuando es mi turno, Fani se queda en el patio jugando con su colección de cochecitos y camiones. Cuando es el turno de Fani, yo me subo al cuarto y me pongo a leer tebeos. Para que nadie note que estoy enfadado.
Abuela dice que no me enfade por tonterías, que un niño tiene la obligación de estar siempre contento. Que los problemas son para los mayores. Supongo que lo dice por lo de papá. Pero yo no estoy enfadado porque papá no haya venido este verano al pueblo. Estoy acostumbrado a quedarme con mamá, solos los dos en casa, cuando papá hace esos viajes tan largos. Lo que a mí me enfada es no estar en el refugio, que no quepamos los tres.
En el refugio hablamos de nuestras cosas. Manu me habla de sus amigos del cole y de cómo es su barrio de Zamora; yo le hablo de los míos y de Viqui, que se sienta conmigo y ha nacido en un país americano. No jugamos a nada y casi no nos movemos, porque el hueco es muy pequeño. El árbol tiene cientos de años. Abuelo nos ha explicado que hubo una guerra cuando él era pequeño y que un vecino de su familia agrandó el hueco del tronco para esconderse cuando venían a buscarle los guardias del pueblo grande. Manu dice que es un milagro que el árbol haya seguido creciendo con este agujero. Manu es el dueño del refugio porque fue él quien lo descubrió a principios de verano, cuando nos dieron permiso para salir al campo a jugar, sin alejarnos mucho del patio de la casa.
Fani no se enfada nunca, ni siquiera cuando el tío Jose la manda a dormir sin que todavía sea de noche. El tío Jose está muy raro. No me hace bromas ni me mide para ver cuánto he crecido durante el invierno. Nunca habla de la tía Mary, que está de viaje también. Como papá. El tío Jose ha echado muy mal humor. Esta mañana, cuando Fani le ha llamado mami a mi mamá, se ha molestado. Es tu tía, no tu madre, le ha gritado a la pobre Fani. ¡Qué raros son a veces los mayores!
Manu tiene diez años y sabe cosas de la familia que a mí no me ha contado mamá. La tía Mary y ella son mellizas y cuando eran pequeñas les hacían bromas a sus padres y a sus compañeros cuando iban a la escuela. Seguro que mamá la echa de menos estos días. Manu y Fani también la echan de menos, pero disimulan todo el rato. Sobre todo Manu. Cuando estamos en el refugio y le pregunto por la tía Mary, cambia enseguida de tema. Como si no le interesara.
Abuela está convenciendo a mamá y a tío Jose para que este verano nos dejen en el pueblo hasta que empiecen las clases en septiembre. Sería divertidísimo. Mejor quedarme aquí, con los primos, que estar encerrado en el piso. O en la playa, con los otros abuelos, los de papá, que son unos maniáticos de la disciplina y de los horarios. No saben lo que significa estar de vacaciones.
Le he prometido a mamá que, si me deja quedarme con los abuelos y los primos, me portaré muy bien. Aunque yo quiero estar en con ella cuando papá regrese de su viaje. Mamá ha estado a punto de llorar. Seguro que le dará pena marcharse sin mí.
Fani acaba de salir del refugio. Yo estoy esperando en el patio para meterme con Manu. Fani sonríe, siempre sonríe. Pero hoy su sonrisa es distinta. Como forzada. Manu no sonríe. Me acomodo a su lado, encojo las piernas y le ofrezco una madalena que he cogido en la cocina. Manu la rechaza. Está muy callado.
Mamá y tío Jose han estado hablando esta mañana en el patio. Han gritado un poco, pero yo no he entendido sus palabras. Abuela ha salido a reñirles porque nos iban a despertar. Pero Manu y yo estábamos despiertos. Los hemos visto luego marcharse en el coche de mamá. Abuela dice que igual no vuelven esta noche a dormir. Si mamá ha ido a buscar a papá, ¿por qué no me ha llevado con ella?
¿Tú has oído de qué discutían?, le pregunto a Manu para romper el silencio. De reojo, veo que tuerce la boca. Me callo y pasa otro rato. Tu padre no va a venir, murmura Manu sin mirarme. Y mi madre tampoco.
No puedo preguntarle más porque se pone a llorar. Nunca había visto llorar a Manu. Él es el más valiente de los tres, el que nunca se asusta. Pero ahora me está asustando a mí.
No los van a convencer, susurra entre hipidos.
No sé de qué me está hablando Manu ¿A quién no van a convencer? ¿Tendrá algo que ver con los gritos que daban mamá y tío Jose de esta mañana? No entiendo nada.
Manu sigue llorando. Estoy nervioso. Salgo del refugio aunque mi turno no se haya acabado. Fani está en el patio jugando con sus cochecitos. Abuela en la cocina preparando comida. Le pregunto qué está ocurriendo. Tengo ocho años, tengo derecho a saber qué ocurre en esta casa. Abuela se sienta en una silla y me abraza. Me llama cariño, me dice pobrecito. Pero no me aclara nada.
Fani entra en la cocina y se agarra al brazo de la abuela. Ahora podemos ser hermanos, me dice con su sonrisa diferente a la de otros días. ¿A que sí, abuela, a que podemos ser hermanos los tres?
De repente me doy cuenta de que, aunque tengamos el refugio de Manu, aunque me quede con los primos en el pueblo hasta que empiecen las clases en septiembre, este no va a ser el mejor verano de mi vida.
Muy bien transmitido Carmen, enhorabuena.
Saludos Insurgentes
Una narración excelente desde el punto de vista de un niño. Me ha encantado Carmen