Cada noche María, ya octogenaria, se sentaba un rato con su nieto Gabriel y le contaba historias mientras su madre hacía la cena.
—Esta noche quiero contarte una historia que nadie conoce.
—Sí, cuéntame abuela.
—Cuando yo tenía tu edad, me gustaba mucho ir al colegio, aprendí a leer, escribir, hacer cuentas. Pero muy pronto mi padre me sacó del colegio, decía que no me serviría para nada y me llevó a trabajar a casa de los ricos del pueblo. No era más que una niña, pero hacía el trabajo de una mujer. Cuando llevaba unos días allí, descubrí que tenían una enorme biblioteca. Así que a escondidas todos los días me metía allí y leía algún libro. Los tenían de todas clases, novelas, románticos, de miedo. Yo quería imitar a toda aquella gente, y comencé a escribir mis propias historias, hasta que un día me descubrió el “señorito”. Al principio me regañó, porque descuidaba mis tareas, pero cuando leyó las cosas que escribía, cambió de opinión y me dijo que no hacía falta que hiciera las cosas de la cosa, que me dedicara solo a escribir. Así que me pasaba todas las horas de trabajo en la biblioteca, escribiendo. De vez en cuando, veía y se llevaba todo lo que había escrito, decía que era para enseñárselo a una gente muy importante, que me los publicaría. Pero eso nunca ocurrió. A los pocos años, cuando me casé, dejé aquella casa para cuidar de la mía. También dejé de escribir, comprendí que no servía para nada.
Un día entré en una librería, y unos cuantos libros, todos con el nombre del “señorito”, al ojearlos descubrí, que contenían todo lo que yo había escrito.
Gabriel sonrió a su abuela, había escuchado esa historia, cien veces.
Una gran historia.
Te dejo mi votación.
Cuántas historias hay iguales..
Siempre hay alguien dispuesto a aprovecharse de la bondad de otros.
Saludos Insurgentes.
Buen trabajo
Un fuerte abrazo.