Llegar a aquellas lejanas tierras fue un halo de esperanza después de un tormentoso viaje que cambió nuestras vidas, especialmente la mía, porque lo que menos esperaba era bajar a tierra y encontrar el amor.
Amalia era una guerrera, una mujer de fuerte carácter, decidida y sin temor a nada. No puedo mentir, me abrumó tanta seguridad en sí misma porque nunca había visto a alguien así, pero fue precisamente eso lo que me enamoró de ella. Sabía que no sería fácil nuestra historia pero, ¿quién puede hacer algo en contra de la fuerza del amor?
Fue ella la que dio el primer paso y yo me rendí a su mundo, a sus costumbres, a su forma de vivir y a esa mirada que me atravesaba el alma y me hacía sentir en casa. Nadie en su pueblo aceptó nuestro amor, así que fuimos felices a escondidas.
Amalia me enseñó un mundo que yo no conocía, repleto de frutos nuevos para mi paladar y bellos atardeceres que disfrutábamos juntos desde un alto acantilado. A veces la miraba sin que ella se diera cuenta y sentía la fuerza del amor brotar de mi interior, porque sabía que cruzaría los mares, una y otra vez, solo por encontrarla de nuevo.
El día que nuestro barco zarpaba de vuelta mi vida se dividió en dos. ¿Qué debía hacer?, ¿volver al mar y a todo lo que me hacía ser quien era o quedarme en ese nuevo mundo donde todo era tan complicado pero tenía todo lo que necesitaba?