Fuego.
El sol arde cual infierno programado. La piel es una puerta de acceso y las manos una vía de consuelo. Busco el bote que compré en el bazar y extiendo la crema por el cuerpo esperando que el alivio se haga carne y la carne se haga pasión. La toalla es mi reposo y mis ojos buscan un horizonte más allá del mar desde la protección que ofrecen las gafas oscuras.
Tierra.
Me quito las gafas para escudriñar. Un par de cangrejos hablan de economía y el niño que jugaba con la pelota se ha convertido en un duende que trata de domar una tortuga. Tras el pestañeo, descubro que en el bote que compré en el bazar pone "Ungüento de dioses. Receta milenaria".
De repente me siento el rey del universo.
Agua.
Los peces me cuentan los secretos del océano y me siento con fuerzas para retar al tiburón. Le propino un puñetazo y le veo hundirse con todas sus miserias mientras yo trato de ganar de nuevo la orilla en busca de una sirena que me cure las heridas.
Aire.
También puedo volar. Un grupo de curiosos se arremolina en la playa para verme desaparecer en busca del sol y poder recriminarle tanta tortura. Pero yo me conformo con la primera nube. Me acomodo con el susurro del aire y caigo en un sueño profundo acostado sombre la inmensidad.
Luz.
Un destello fugaz me saca de la ensoñación. Una voz grave, con visos de alarma, conduce mi alma por un pasillo angosto mientras otras voces compañeras se interesan por el análisis de la situación.
- Varón, cuarenta años, golpe de calor, ahogamiento y heridas múltiples.
Sólo cuando la luz se apaga y las voces se callan, encuentro la paz. Creo que volveré al bazar cuando me despierte.
La testosterona pudiera ser la causante. El cementerio está lleno de «valientes», por no decir inconscientes.
¡Enhorabuena, Pablo!
La estructura que has utilizado me ha encantado.
Sencillamente genial!
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes
¡Enhorabuena!