En un lugar, de cuyo nombre no quiero acordarme, había un patio de vecinos que era tan particular que cuando llovía se mojaba, como los demás.
En el bajo, Blancanieves tendía la ropa de siete enanitos. Habían cerrado la mina por baja productividad y ella, que había enviudado de un heredero africano, les acogió con resignación y nostalgia. Su primer matrimonio acabó en divorcio después de que el príncipe azul se lo montara con la bruja delante del espejo y del segundo solamente obtuvo deudas y una hija que se parecía tanto a su padre que le resultó imposible llamarla como ella.
En el primero, Cenicienta esperaba que llegara la medianoche. Cuando el reloj marcase las doce, ni siquiera el ratón que merodeaba por su cocina le serviría de chófer. El príncipe que un día la rescató se convirtió en un prestigioso diseñador de zapatos y hace años que dejó buscar su número de pie. Una noche se enamoró de su hermanastra, se lo llevó todo y montaron una zapatería.
En una habitación del tercer piso la Bella Durmiente seguía viviendo su sueño de juventud. El príncipe que acabó con su letargo rescató la aguja en una subasta y la pinchó de nuevo cansado de tantas protestas. Se abonó a una plataforma digital y pasaba las noches frente a un televisor apoyado sobre una vieja rueca de costura.
En el ático vivía el lobo feroz. Se había quedado sin Caperucita el día que cambió su piel por la de un cordero. Cansada de tanta metrosexualidad, le dejó a su abuelita a cargo y se marchó con el primer cazador que llamó a su puerta, con la cesta cargada de nuevas esperanzas.
Graciñas
Enhorabuena
Saludos Insurgentes