Cuando los romanos llegaron a la península lo primero que hicieron tras matar algunos íberos fue repartirse las tierras.
Al estudioso y tranquilo Casius Calculus le tocó un promontorio sobre una cueva ocupada por Torcuato el vagabundo, un íbero ruidoso o eso contaban los romanos (no olvidemos que la historia la escriben los que ganan).
Casius golpeaba el suelo de su domus, harto de gritos y malos olores. Torcuato respondía golpeando el único techo del que disponía para vivir. Al final llegaron a las manos. Dicen que se mataron en combate pero en realidad tropezaron y cayeron a un pozo (no olvidemos que las historias las escriben los soñadores).
2000 años después encontraron sus cuerpos, los llevaron al museo y los expusieron en vitrinas. Fueron una gran atracción hasta que el público se acostumbró a que estuvieran allí.
Una noche tranquila, Miguelito Morales, encargado de mantenimiento, cambiaba un fluorescente cuando escuchó unas voces. Al instante imaginó que eran unos ladrones y se aproximó, agarrando con fuerza la llave inglesa.
Lo que vio le dejó patidifuso. El romano y el íbero charlaban como si no llevaran muertos 2000 años.
—En Roma todo es mejor. Hay más columnas. Nunca una domus tiene suficientes columnas. ¡Ay, si pudiera volver a mi Pompeya!
—¿Pompeya? Todavía saliste bien parado.
—Íberos… sucios y ruidosos… ¿Cómo puedes oler tan mal si eres un fantasma?
Miguelito salió corriendo del museo. Cuando su jefe le preguntó el motivo, él respondió:
—No sé lo que ha pasao…
Aquel hombre, de rostro amable y espíritu entrañable, regresó al trabajo y se fue encontrando de tanto en tanto con los fantasmas hasta que acabó por acostumbrarse.
Los dos enemigos acérrimos conversaban animadamente, algunas veces enfadados, otras riendo, otras guardaban silencio.
Y Miguelito pensaba: “Qué fácil es entenderse cuando todo el mundo quiere.”
La muerte de los dos me hizo gracia😂
Un saludo.