«He mentido»

Todavía no podía creer lo que mis ojos ya se habían acostumbrado a ver, el barco se acercaba lentamente a esas tierras desconocidas.
Me sentía como si hubiese atravesado el espacio hasta otro planeta, las personas no eran como nosotros, habían plantas que jamás había imaginado y un fuerte sentimiento cultural entre ellos admirable. 

Yo creí que hacíamos lo correcto cuando proclamamos esas tierras como nuestras. “Les ayudaremos a evolucionar” Eso me repetía a mi mismo día tras día.
Lo que me cambió el parecer y dejó mi vida patas arriba tenía nombre y apellidos.
Ella tenía una tez comparable a la canela y siempre decía lo que pensaba.

Fue emocionante conocerla, un soplo de sabiduría entre tanta ignorancia. Cualquier cosa que le preguntarás, ella siempre tenía una respuesta.
Era terca, mal hablada y aún así logró conquistar mi corazón. 

Entre susurro escondidos acabamos por vernos noche tras noche y empecé a acostumbrarme a ella. Sus escapadas antes de que saliera el sol para recoger frutos, decía que era necesario ir a esa hora para que la fruta estuviera exquisita. Es cierto, fue la mejor fruta que probé. 

Me enseñó el maravilloso arte del cacao y aprendí muchísimo pero, siempre hay un pero.
Llegó el día de volver y de decirle adiós, porque a pesar de lo bonito que había sido pasar esos momentos junto a ella, yo ya tenía una vida que me daba miedo abandonar. 
En ese momento creí que éramos demasiado distintos para estar juntos y que no valía la pena arriesgar lo que ya tenía por alguien a quien a penas conocía. 
Así que volví con mi esposa y mi hija, como un vil mentiroso que jamás confiesa sus pecados. 
Y la recordé durante media vida, mientras la otra mitad intentaba olvidarla.