Habían planeado la escapada perfecta. No habían podido cuadrar las vacaciones más de dos días seguidos juntos en algo más de un año, así que cuando vieron que aquel puente largo tenían la oportunidad no se lo pensaron. Alquilaron una casita de madera en un árbol. No podía ser más romántico. Lo tenía todo: belleza, naturaleza, tranquilidad, silencio y comida sencilla pero exquisita. Había hasta un jacuzzi en la habitación y se podía correr el ventanal de tal manera que daba la sensación de que estabas suspendido entre las ramas. Las fotos eran preciosas, las referencias buenísimas y no eran muchas horas de coche para no agotarse. Solo pensaban descansar, leer y dar algún paseo. El plan era disfrutar del paisaje y el uno del otro.
Y con toda la ilusión salieron aquel viernes muy temprano. Aunque el GPS calculaba que tardarían unas tres horas, pensaban ir despacio, disfrutando del viaje y del paisaje. Querían parar cuando les apeteciera y llegar con tiempo para conocer la zona antes de comer.
Abandonaron la ciudad en un día precioso de primavera, de hecho, llevaba haciendo mucho calor para la época toda la semana. A él le gustaba tenerlo todo controlado y se había preparado una playlist especial. Las primeras dos horas de camino todo fue perfecto.
—¡Qué maravilla de día! Hasta el cielo está de nuestra parte. ¿Has visto aquella nube gorda que está asomando por encima de la montaña? ¡Qué blanca y que volutas tan bonitas hace! —apreció ella con mirada soñadora.
—Es verdad, es tan perfecta que parece uno de esos cielos de los Simpson —le respondió él acariciándole la mano que ella llevaba apoyada en la palanca de marchas.
Se dirigían hacia aquella nube, hacia aquella montaña y cuanto más se acercaban, más grande se hacía, empezó a ocuparlo todo y a cambiar de color hasta que cuando ya coronaban la montaña el cielo era una plancha de plomo. Las primeras piedras de hielo les pillaron desprevenidos, pensaron que alguien las había arrojado a propósito. En unos segundos arreció la tormenta y aquello fue como si un camión lleno de pelotas de golf hubiera soltado la carga. Se vieron obligados a parar cuando la luna delantera se agrietó. No encontraron nada mejor que las ramas de un árbol para protegerse. Rayos y truenos como en el fin del mundo. No se escuchaban sus voces por el ruido del granizo en la chapa del coche. Fueron unos minutos angustiosos. Por suerte no duró mucho. El granizo se convirtió en lluvia cada vez más débil mientras el sonido de los truenos se alejaba.
Se quedaron en silencio viendo asomar al sol otra vez, brillante, como si nada. Salieron a ver los desperfectos. El árbol les dejó caer las gotas que le sobraba mientras ellos no daban crédito al estado del capó.
—Pero, pero ¿qué coño ha sido esto? ¡Parece que un loco se ha liado a golpes con el coche!
Ella se puso a llorar, no pudo evitarlo, el miedo y la tensión que había pasado se desbordaron y entre hipidos le contestó.
—¡Qué le den al coche! Casi nos matamos, he pasado un miedo terrible.
—Tienes razón, es verdad, lo importante es que estamos nosotros bien, el coche ya se arreglará —le contesta él intentando consolarla—. ¿Piensas que podemos seguir hasta la cabaña? Ya no debe quedar mucho. Casi es mejor llegar allí y ya llamaremos al seguro.
Decidieron que era mejor seguir los pocos kilómetros que restaban. Durante el trayecto fueron comentando lo que acababan de vivir para desahogarse. Llegaron a la zona de las cabañas sin más percances y les subió el ánimo. Aquel bosque era de ensueño. Los rayos del sol se filtraban haciendo brillar las gotitas de agua que todavía quedaban en algunas hojas. Les enseñaron la casita que les correspondía y todo era tal y como se veía en las fotos, ideal. Se relajaron sentados durante un buen rato en silencio, escuchando a los pajaritos, el viento entre las ramas, el sonido pacífico del bosque.
La idea del lugar es que no tenías necesidad de bajar de la cabaña si no te apetecía. Te enviaban la comida en unas cestitas subiéndolas con cuerdas; como si hubiese unas hadas del bosque, aparecieron la comida y la cena a las horas convenidas. Dieron un largo paseo por el bosque aquella tarde. No vieron un alma, como si solo ellos existieran como humanos en aquel mundo vegetal.
Se durmieron muy pronto y pasaron la noche entre pesadillas, o eso pensaron ellos. A la mañana siguiente el desayuno no apareció. La escalera que les comunicaba con el suelo había desaparecido, así como la cuerda. No había cobertura móvil y no había energía. Estaban realmente en una casa en un árbol sin opciones de nada más. Gritaron, pero nadie acudió. Les entró el pánico cuando los gruñidos, graznidos, arañazos, golpes, aullidos y demás sonidos de animales salvajes seguían oyéndose como en el sueño. Pensaron que estaban viviendo una pesadilla conjunta por algo que habían comido o bebido, pero estaban muy despiertos.
Discutieron la forma de bajar de allí, pero tenían miedo y no era seguro ni por la altura ni por lo que se podrían encontrar abajo. Todas las películas de terror vistas en sus vidas se les pasaron por la cabeza y todos los escenarios macabros se les ocurrían.
Cuando ella fue consciente de que no podían hacer nada más que esperar a que alguien los rescatara se metió en la cama y se tapó con el edredón temblando, tan paralizada que no podía ni llorar.
—¿Piensas que lo que sea que nos acecha no te va a encontrar ahí? —le preguntó él perplejo y en pleno ataque de pánico.
—No podemos solucionar nada —le contestó ella con voz temblorosa—. Voy a cerrar los ojos y volver a dormir. Tú siempre dices que todo se arregla con un apagar y volver a encender. Pues lo voy a intentar, a ver si el mundo se resetea.
¿Qué ocurrirá?
¡Me ha encantado!
Saludos Insurgentes
Me apunto el "Carmen Mola" que mencionaste en los comentarios de otra de tus historias :)