Cuando se despertó una noche de un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un recuerdo del pasado. Encendió la luz, observó sus manos y las halló tan suaves como hacía años que no las tenía. Se incorporó y buscó desesperadamente un espejo, para tratar de ubicarse en un momento de su vida. Lamentablemente, nunca llegó a comprar tal elemento decorativo para su habitación. Necesitaba pensar. Necesitaba obtener, urgentemente, tantas respuestas como preguntas pasaban, a una velocidad descontrolada, por su mente.
Se levantó de la cama y ojeó por la habitación, intentando encontrar un objeto, una foto, un texto que le devolviera a su nueva realidad. Todo a su alrededor parecía tan reciente y, a la vez, tan lejano...
Al cabo de unos minutos, algo llamó su atención. Recordaba aquel sobre y, cómo no, su contenido. Esa carta había cambiado su vida, para siempre, aquel 24 de abril de 1985. Tenía grabadas, a fuego, en sus retinas, cada una de sus frases temblorosas y palabras desgarradas; cada trazo de dolor y sufrimiento que moría, con la tinta, en aquel pedazo de papel que las lágrimas habían erosionado con saña y desapego. La vida, a veces, tan injusta y despiadada, le estaba dando la oportunidad de cambiar el rumbo de su vida y luchar por ser feliz. Aquel sueño le había permitido retroceder más de treinta años en el tiempo y tomar una decisión de la que nunca se arrepentiría.
Salió corriendo de la habitación, con lo puesto, hacia la estación, donde el amor de su vida estaba a punto de alejarse para siempre de él. No podía permitirlo. En su frenética galopada, olvidó mirar, antes de cruzar una calle. Un coche le embistió.
Se despertó agitado y envuelto en sudor. Había vuelto a su realidad. ¿Y ella? ¿Dónde estaba ella?
Bien relatado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes
(*embestir*).