Un sábado por la tarde, Daniela, la hija de los vecinos de la casa de al lado, había salido a la fresca a peinarse su larga melena castaña de la que refulgía algunos destellos dorados. Gabriel se quedó mirándola. ¡Qué guapa era! Él no se había dado cuenta antes porque era demasiado pequeño. Unas graciosas pecas salpicaban la pequeña nariz de la chica, y unas largas pestañas hacían aún más mágicos sus grandes ojos marrones.
El pelo de Daniela era muy largo, tanto, que sobrepasaba la cintura. Ella inclinó la cabeza hacia delante y comenzó a cepillarse el pelo. Se estaba preparando para salir a la discoteca después de cenar porque ella era una chica grande. Una chica que en secreto, Gabriel adoraba. Se quedaba con la boca abierta cada vez que la veía ya arreglada para ir con su pandilla de amigos. Pero claro, él nunca le dijo nada primero, era demasiado tímido y se moría de la vergüenza . Era ella la que siempre tenía amables palabras para él y para todo el mundo. Era una joven maravillosa.
Aquel niño pequeño de comienzos de los ochenta, se acordaba precisamente ahora de aquellos sábados en los que su vecina salía a peinar su larga cabellera. Durante cuatro años, cada vez que iba al pueblo, bajaba a la calle para verla, hasta que en el verano que cumplió once años, ya no la vio más. Daniela se había casado con su novio y se habían mudado a Madrid, y Gabriel nunca se olvidó de ella.
Daniel para Gabriel, más que su amor platónico, era su obsesión, y nunca estuvo interesado en otras chicas porque su corazón estaba blindado, o eso creía él.
No fue hasta cumplir los dieciocho, cuando se dio cuenta que él no admiraba a Daniela porque la amara, sino porque secretamente quería ser como ella.
Ahora aquel chiquillo era una persona madura que sentada mirando su propio reflejo, dio el último retoque a su maquillaje y se cercioró de que su pelo, no tan largo como el de Daniela, estuviera perfectamente peinado.
La ahora Gabriela, se había enamorado de algunos hombres a lo largo de su vida, pero sólo amó a una, a Daniela. Un amor de niñez, pero no en el sentido romántico de la palabra. Aunque no lo supiera en aquellos momentos, no quería estar con ella. Quería ser como ella, es el espejo donde mirarse. Y por eso ahora era lo que siempre había querido ser, una mujer.
Saludos.
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