Erase una vez una niña que no quería usar medias ni zapatos. Al ser la hija del rey, se hacía bastante difícil llevarle la contra. Tanto así que, con el pasar de los años, creció para convertirse en la reina descalza.
La reina descalza nunca salía del castillo, tenía miedo de lastimarse los pies. Pero recibía todos los días a sus súbditos para escucharlos. Hasta que un día, un estudioso de las plantas trajo la noticia de que el gran árbol estaba enfermo.
El gran árbol era el más grande del reino, estaba allí desde antes que los reyes y las reinas construyeran castillos y caminos.
No podían llevar el árbol al castillo, así que la reina decidió ir a verlo. De inmediato mandó preparar una comitiva real para partir al día siguiente. A pesar de la súplica de las consejeras y los cortesanos, la reina descalza no se puso zapatos para el viaje.
No bien cruzaron las puertas del palacio, la reina se raspó los pies con los adoquines del camino real. Cuando tomaron un camino secundario, se pinchó con tantas piedritas. Luego, al adentrarse en el bosque, la hierba le dio alergia.
Al llegar, la reina mandó montar un campamento debajo del gran árbol. Trataría alli los asuntos de estado en tanto resolvían cómo curarlo.
Temprano en las mañanas, la reina meditaba junto al árbol, luego reposaba sus pies lastimados en un ojo de agua que se formaba con el rocío que caía de las hojas.
El gran árbol y los pies de la reina sanaron lenta y sutilmente, al tiempo que el reino se volvía un lugar más justo. Y es que al campamento llegaban más puntos de vista y desde allí se tomaban mejores decisiones.
Desde entonces, la reina recorrió todos los años sus territorios. Cambió mucho, pero siguió sin usar zapatos.
Saludos Insurgentes