Comenzar una nueva aventura es difícil a la vez que emocionante, siempre había tenido miedo a alejar mis pies de la tierra firme, pero al final se ha convertido en la experiencia mas enriquecedora de mi vida. He visto y conocido lugares preciosos y animales fantásticos, pero nada parecido con lo que nos encontramos aquel 12 de octubre. No nos quedaba agua para beber y hacia un par de días que no probábamos bocado, aunque intentamos pescar los estruendos del barco asustaban a los peces. Pero aquella mañana, cuando apenas habían salido los primeros rayos de sol, escuchamos aquella voz del vigía que nos hizo levantar de la cama con ansia e ilusión: ¡TIERRA! ¡VEO TIERRA! Era increíble que tras tanto tiempo viéramos tierra, los cuerpos delgados de toda la tripulación se movían de un lado a otro, y con apenas fuerza en la voz entonaban una canción de alegría.
Yo, quien llevaba semanas sin salir, los observaba desde la ventana del camarote del capitán, mi padre. Era la única mujer de todo el barco y eso inquietaba a mi padre dadas las circunstancias de inanición de toda la tripulación. Era un marinero más.
Quede atónita al ver las preciosas aguas cristalinas, nunca había visto nada igual. La humedad era agobiante, pero eso no nos hacia perder la ilusión de por fin tocar tierra firme. Todos los marineros bajaron del barco a una velocidad extraordinaria. Todos saltaban e incluso besaban la arena de emoción.
No sabíamos si en esta nueva tierra habría alimentos o agua, pero sentíamos la tranquila estabilidad del suelo, y por el momento era lo único que nos importaba.
