—¡Tierra a la vista!
El grito del vigía fue alto y claro, pero en la cubierta no hubo indicio alguno de movimiento.
—¡¡¡TIERRA A LA VISTA!!!– repitió.
El timonel se volvió bruscamente.
—Mira, como sea otra broma, te prometo que te bajo del mástil a hostias.
No estaba el horno para bollos. Aunque una buena dosis de azúcar era lo que muchos de los tripulantes habrían deseado en aquel momento. Más que nada en el mundo. Los días pasaban, las entradas de la bitácora se renovaban… Y aún nada.
El escorbuto se había llevado a un buen puñado de marineros. Las fiebres, a otro tanto. ¿Qué eran las fiebres? Eso nadie lo sabía. Era el nombre genérico que se le daba a alguien que, de repente, se encontraba mal y empezaba a toser sangre. O a alguien que se retiraba a echarse una cabezadita y ya no se despertaba. Entonces se argumentaba que había muerto a causa de “fiebres”. Manda narices.
—Capitán, le juro por la sagrada corona de Isabel y Fernando que no me lo invento. ¡Que me aspen si eso no es tierra firme!
—Tiene razón, capitán– intervino otro de los grumetes mientras le tendía un catalejo– Parece que existe la luz después de todo.
Cuando escrutó el horizonte, el capitán no dio crédito a sus ojos. Habían sido los dos meses más largos de su vida. Dos meses de hambre, insomnio y disputas constantes. Dos meses en los que creyó, en más de una ocasión, que el viaje había resultado en vano. Que se vería obligado a dar media vuelta con las manos vacías. Pero Dios le mostró el camino. Y estaba dispuesto a seguirlo.
Tuvo que hacer un esfuerzo para que no le descubrieran secándose las lágrimas. Aun así, su voz sonó temblorosa cuando anunció:
— Marineros, hemos llegado.
.Y la Pinta se adentró en el Nuevo Mundo.
Por cierto, nos hemos puesto de acuerdo con el título... Je, je, je.
Enhorabuena!
Saludos Insurgentes.
Una interesante historia.