Vivir con diabetes es relativamente fácil. El problema comienza cuando te acostumbras y se te olvida que estás conviviendo con una especie de serpiente sigilosa, muy paciente.
Es una no-invitada que llegó a tu vida por herencia o porque tuviste los suficientes malos hábitos como para que se sintiera con el derecho de acomodarse en tu cuerpo. Sí, parece que estuviera hablando de algún pariente indeseable que se te ha colado en casa, pero así es como la percibo.
Me la descubrieron no hace mucho —diez años, tal vez— y aún recuerdo las palabras del especialista en enfermedades crónicas:
—«Si usted es juicioso podrá llevar una vida normal e incluso hasta curarse, aunque no del todo... Pero debo advertirle que más de la mitad de los diabéticos se relajan, bajan la guardia y dejan de tomar sus medicamentos con regularidad. Créame: esta enfermedad es silenciosa, al punto de que olvidamos que aún sigue ahí.»
Esa vez, cuando volví de consulta, mi mujer lo primero que preguntó fue:
—«Bueno, ¿y le dijiste lo de la Cocacola?»
Yo, por llevar la fiesta en paz, le dije que el médico había respondido: «No pasa nada: beber una, de vez en cuando, no le hará daño». Ella, por supuesto, se indignó con la supuesta respuesta del médico y prometió ir conmigo a la siguiente cita..., cosa que nunca hizo.
Sí, le mentí, porque sabía que el médico le daría la razón, y ella automáticamente soltaría su famoso: «¿Ves? ¡Te lo dije! Pero como nunca me haces caso y...» bla, bla, bla.
Desde entonces, tomo Cocacola (la Zero) de vez en cuando, tratando en lo posible de cuidar mi peso y la alimentación; pero nunca olvido que ella sigue ahí, pendiente de todo lo que hago, agazapada, silenciosa, porque así es la convivencia con esta maldita...
Ahhh, obvio, me refiero a la enfermedad.
Muy bien narrado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes
Muy buen relato.