Érase una vez una niña que podía controlar el miedo.
Que podía volar, soñar y crecer, hasta límites insospechados, sin nada que la retuviera: sin miedo ni nostalgia, sin la mínima curiosidad por lo que vendría y sin el tormento de lo ya pasado.
Érase una vez una niña que era libre.
Que podía hacer cuanto quisiera, pues las malas lenguas nunca le habían importado. Aunque, si volviera la vista atrás, ojalá pudiera advertirla… Ningún alma libre logra serlo durante mucho tiempo. Era demasiado peligroso.
Érase una vez una niña cuyo corazón amaba sin barreras.
Que podía amar incondicionalmente, y no le importaba si era o no correspondido.
Érase una vez una niña que se convirtió en joven, y una joven en adulta, y una adulta en vieja. Érase una vez una niña que no pudo controlar el tiempo, ni la huella que este dejó en todos los que la rodeaban.
Érase una vez una joven que: aunque no tenía miedo, era libre y amaba sin barreras, le pusieron límites. Dijeron que para protegerla. Y así, envejeció un poquito más. Érase una vez una adulta que, aunque pudo controlar su miedo no pudo controlar el de los demás. Érase una vez una vieja que acabó marchitada, porque, aunque era libre y no le importaban las malas lenguas, a estas si le importaba ella.
Érase una vez una historia millones de veces repetida, la de una niña, que, como tú, nació con el poder de hacer todo, pero acabó sometida por el propio tiempo. Un principio poderoso para un trágico final.
Érase una vez mi historia, la que no quiero que se repita en mis hijas ni en las hijas de mis hijas.
Érase una vez una niña que podía controlar el miedo.
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes