La mar estaba en calma, hacía tres días que el viento a favor hacía innecesario cambiar el número de velas que colgaban de las vergas. Avanzaban pero no sabían hacia dónde. El viaje duraba dos meses y las provisiones empezaban a escasear.
Jesús, un joven que afrontaba su primer viaje como marinero, reposaba en cubierta masticando uno de los últimos trozos de pescado en salazón que el capitán había ordenado repartir. Tenía los ojos hundidos, los labios cuarteados, y había perdido mucho peso. Miraba al cielo sin esperanza, casi sin respirar.
De pronto otro marinero de edad similar, sentado a su lado, le tocó el hombro.
—Oye, no puedo más. Estoy muy mal, creo que veo visiones porque el vigía no dice nada.
Jesús le miró, en un acto mecánico en respuesta al roce de esos dedos huesudos. Él tampoco podía pero no había a dónde ir.
—No soporto más esta sed, este picor en el cuerpo.
Entonces se levantó y se acercó al costado de estribor. Jesús no alcanzaba a responder, le costaba tragar y hasta pensar.
El chico siguió después de frotarse los ojos:
—Ven, acércate. Acabo de ver algo pero no puede ser verdad. He esperado tanto tiempo y nunca aparece... en sueños me veo pisando arena nueva pero luego me despierto y compruebo que no es cierto, que ha pasado otro día. Y ya he perdido la cuenta.
Jesús se levantó con ganas de tirar al tripulante al agua para que le dejara tranquilo.
—Dime si hay algo ahí delante, me voy a volver loco —le dijo, señalando con el dedo.
Jesús suspiró, achinó los ojos para ver a lo lejos. Tras unos segundos, miró a su compañero, le agarró por los hombros y gritó al cielo con todas sus fuerzas.
Tierra a la vista.
La tripulación enloqueció. Jesús y el muchacho lloraron por no haber perdido la cordura.
Buen relato, con final feliz.
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes.
Queda votado.