Sol, arena, agua, bronceado, viajes, planes improvisados, risas hasta altas horas de la noche, amaneceres con amigos, amores prohibidos, eso es el verano.
Ese es el resumen que podría hacer de los mejores días de mi vida.
Fue efímero, apenas un pestañeo en mi existencia pero, sin duda, ha sido lo más real que he sentido.
Esas dos semanas en la playa fueron la liberación que necesitaba, que necesitábamos. Las horas hablando de todo y de nada, de lo que hicimos cuando no estuvimos cerca y de lo que haríamos cuando tuviéramos que alejarnos de nuevo, eso nos devolvió a esos momentos en los que solo éramos unos niños cargados de sueños.
Todas las luchas en el agua, sin importarnos parecer unos críos, inundando de risas los recuerdos, jugando y sintiéndonos libres de nuevo. Eso era lo que hacía meses que estábamos buscando.
Nos convertimos en adultos y dejamos de vivir como queríamos, dejamos de sentir como nos salía del corazón, encerramos ese niño interno por miedo a parecer infantiles. Pero nunca se culpa a nadie que saca su lado más infantil en el verano, ¿no?.
Hicimos castillos de arena, y carreras hacia las boyas, cuanto más lejos y más peligroso, mejor nos lo pasábamos.
Pero sin duda, lo más peligroso que hice en todo el viaje fue enamorarme. En dos semanas, ¿no os parece una locura?
Estoy segura de que no os lo parecería si hubierais visto sus ojos marrones y la forma en la que me miraban. Hacía que se parara el tiempo, que las personas desaparecieran, solo estábamos él y yo.
O la forma en la que nuestras manos encajaban, parecían dos piezas de un puzzle hechas para estar siempre juntas.
O como me abrazaba. Si hubierais podido sentir lo que yo sentía entre sus brazos, entonces entenderíais porque digo que estaba enamorada.
La primera vez que lo vi, lo primero que llegó a mi vista fue el balón con el que me dio en la cara. Pensé que había sido uno de esos accidentes de película que en la vida real se quedaban en nada, hasta que hablé con él.
¿Sabéis cuál es esa sensación de saber que no lo has visto nunca antes pero estar segura de que, quizá, en otra vida hubo una conexión tan fuerte que ni el tiempo, ni la muerte la puede romper? Eso es lo que sentí con él.
Sus abrazos me hacían sentir segura, sus besos me hacían sentir amada y sus manos me hacían sentir deseada, como nunca antes me había sentido.
Ahora solo quiero borrar todas esas huellas que se quedaron en mi cuerpo, quiero dejar de pensar en cada segundo que pasé con él porque a mi corazón le duele recordar.
Fueron tantos momentos, en tan poco tiempo…Los paseos por la orilla del mar agarrados de la mano, las cosquillas en la cama, las películas que no vimos por estar hablando de nada en el sofá, las mariposas en el estómago cada vez que lo veía, los partidos de volleyball en la playa, los besos robados, las risas a las tres de la madrugada que hacían enojar a mis amigos, las noches durmiendo abrazados, los días que volvía a casa con su olor impregnando cada centímetro de mi cuerpo, las miradas que decían todo lo que nosotros callábamos, las caricias que erizaban mi piel.
Todo eso se quedó grabado en mi memoria y duele. Duele que ya no esté, que fuera algo tan intenso pero tan breve que casi parece un sueño.
A veces, tengo que preguntarle a mis amigas si de verdad lo viví o si sólo lo imaginé, necesito saber que ellas también lo vieron para no pensar que no existía.
Pero saber que fue real solo lo hace más complicado.
¿Cómo alguien se puede acostumbrar a una persona tan rápido?
Me acostumbré a ver su rostro a diario, a abrazarlo todo el tiempo, a besarlo porque sí, porque me apetecía.
Incluso me acostumbré al calor de su cuerpo y ahora no puedo vivir con este frío.
Cuando lo conocí creí que al fin lo tenía todo, pero no pensé en cuánto iba a durar esa felicidad, no en lo que pasaría después, cuando me marchara, cuando me quedara sola de nuevo.
Así que, sí, me rompí el corazón yo solita enamorándome de alguien que sabía que no se podía quedar conmigo para siempre, pero volvería a hacerlo una y mil veces más. Y si te preguntas por qué la respuesta es simple.
Porque la vida es muy corta como para evitar todo aquello que sabes que te va a hacer sentir, y después de sentir, sufrir. Porque claro que amar duele, pero siempre compensa. Claro que es complicado, porque si fuera simple no valdría la pena.
Porque en aquellos momentos en los que no piensas en el final, te sientes volando y, quizá en esta vida solo fue un amor de verano, pero quien sabe lo que podrá llegar a ser en otra vida. Tal vez hoy no, pero no sabemos que pasará mañana.
Mientras tanto, solo recuerda que las personas se olvidan como se borran las huellas de la arena, pero la conexión siempre se queda guardada como los recuerdos entre las olas.
3 años de viajes a 500km y al final una vida y dos peques.
Si se ama se lucha por estar juntos y la distancia no importa porque tienes clara tu meta. Esa es mi historia 🤗
Escribes muy bonito y con sentimiento. Lo que relatas es una realidad por la que muchos no están dispuestos a apostar, pero oye, a veces si no apuestas no ganas.
FELICIDADES!!
Un saludo.
Cuando se ama de verdad, se lucha por ello hasta el final.
Precioso relato, lleno de ternura, con metáforas bien traídas.
Saludos Insurgentes