- ¡No habrá Dios que gobierne mi destino y me impida superar esta tormenta!
Las palabras pronunciadas fuera de lugar por aquel hombre amenazaron con convertirse en su condena, un reto al destino, una cana al aire azuzada por el olor a sal marina. Frente al cabo de Buena Esperanza arrió su bandera, tragó saliva y su rostro, empapado por la lluvia, parecía más el de un antiguo demonio babilónico que el de un mercader neerlandés.
- Pero, ¡capitán! ¡Deténgase! ¡Debemos regresar a puerto!
Su segundo de a bordo era un hombre menudo pero sensato. No había barco capaz de vencer aquel temporal, pero él sabía que no podía rendirse. Koningin van de Zee lo esperaba en el puerto de Ámsterdam, y si fracasaba en aquella misión comercial, no tendría el dinero suficiente para la boda. Capitán de navío de la Compañia de las Indias Orientales, se rumoreaba que Bernard Fokke había hecho un trato con el mismísimo Satanás para convertir su barco en el más veloz del océano.
Cuando la tormenta amainó, una luz descendió del cielo cual lucero del alba para después desvanecerse. La vida se había vuelto gris como el cielo en un día nuboso, perdiendo su color, incapaz de disfrutar de la comida o la bebida. Navegó durante días, semanas, años… sin más rumbo que el que marcaba el horizonte, pero el puerto siempre se antojaba imposible de alcanzar.
Su amada, harta de esperar, se casó con otro hombre. Pasaron los siglos y el único objetivo del neerlandés era volver al puerto de Ámsterdam y reencontrarse con ella, pero el mismo Dios al que había retado lo había maldecido a navegar hasta su segunda venida.
Anidando en su corazón el odio y la amargura, con el tiempo aquel hombre se convirtió en Willem van der Decken, el Holandés Errante.
Una bella historia sobre los designios que mueven a las personas a emprender las grandes aventuras.
Bonito relato