Aquel verano quedaría marcado a fuego en mi memoria para siempre y no precisamente por el calor extremo que tuvimos que soportar durante aquellos días abrasadores y aquellas noches tórridas en las que conciliar el sueño era algo impensable. Bien es cierto que, aquellas temperaturas anormalmente altas, fueron el desencadenante de tan desafortunado incidente.
Mi reloj marcaba las dos menos diez cuando le dije a Ana que no soportaba más el calor y necesitaba darme un baño y la invité a acompañarme. No lo dudó demasiado y se vino conmigo. Avanzamos, mar adentro, hasta que el agua nos llegó a la altura del pecho. Apenas había oleaje y el agua estaba cristalina. Era el momento idílico para abrazarnos y besarnos.
Dimos rienda suelta a nuestros sentimientos, hasta que algo me sujetó con fuerza uno de mis tobillos. Sorprendido, di un salto, intentando zafarme de aquello y, el propio impulso del movimiento, me permitió liberarme de mi opresor. Rápidamente, cogí a Ana de la mano y tiré de ella para salir del agua cuanto antes. En nuestra huida, tuve tiempo de volver la vista atrás y mirar hacia la arena que yacía en calma bajo el agua. Allí, a pocos pasos de nosotros, me pareció distinguir los dedos índice y anular de una mano que se encontraba enterrada en el fondo. Mi instinto de supervivencia me invitó a escapar aún más rápido de aquel lugar.
Una vez en la orilla, explicamos a los socorristas lo ocurrido. Aunque, en un primer momento, nos miraron con cara de perplejidad, uno de ellos reconoció que, pocos días antes, había desaparecido una persona en aquella playa y todavía no habían sido capaces de localizarla. Dos de los vigilantes se metieron al agua a buscar sin obtener ningún resultado. ¿Qué fue lo que ocurrió realmente?
Saludos Insurgentes