—Al-uin, ¿qué sucedió?
—Estoy buscando un calcetín, igual a este—dijo mostrando un antiguo calcetín rojo— ¿quieres ayudarme?
—¿Has puesto tu casa patas arriba por un calcetín viejo?
Al-uin gruñó y refunfuñó hasta que Uri-en aceptó. Pero, a medida que avanzaba la tarde, sólo aumentaba el desorden.
-—Ese calcetín debe valer su peso en oro — bromeó Uri-en.
—Pues sí, justamente eso. ¿Cómo lo has adivinado? - respondió con sorpresa Al-uin.
—Cuéntame la historia y te diré—dijo Uri-en sin tener la menor idea.
—En los años de la gran lluvia, muchos duendes emigraron desde las Tierras Bajas, cruzando el Mar Cabreado. En una de aquellas naves vino mi bisabuela, Ollant-ai. Su único bien fueron unas pocas monedas de oro. De aquellas quedó sólo una escondida…
—¡En un calcetín rojo!— interrumpió con entusiasmo Urí-en — ¿Por qué la buscas ahora?
—Para algo…importante.
—En ese caso, me atrevo a lanzar un hechizo de búsqueda.
Sobre el piso de la antesala oeste, Uri-en dibujó tres runas con vinagre dentro de un círculo de sal. Luego, esparció cenizas por el aire y conjuró el hechizo. Un viento mágico mezcló la sal y las cenizas y dibujó un camino de polvo en el aire, desde la antesala, atravesando el pasillo ancho, y descendiendo, a través de las tablas del piso, a un sótano oculto.
—Ahora, ¿vas a contarme para que necesitas esta moneda?—preguntó Uri-en con alegría, mientras miraban la moneda.
—Tengo una deuda impostergable con Katia—balbuceó Al-uin.
—¿La troll Katia? ¿Estás apostando de nuevo?
Al-uin se encogió de hombros y toleró el largo discurso moral de Uri-en, después de todo, acababa de salvar su pellejo.
El giro final es brutal.
Enhorabuena
Saludos Insurgentes