«Juntos y revueltos»

Recuerdo perfectamente aquellos pies malolientes. ¡Cómo olvidarlos si compartimos durante tanto tiempo los  mismos agujereados  zapatos! Si hubiera podido, le habría gritado en su cara que era un guarro, que nos lavara todos los días. Tampoco  pedía tanto, ni siquiera suavizante. Para colmo de males,  tampoco se cortaba las uñas. Por culpa de ese gavilán pollero  llegó el día en el que un tomate de 3 centímetros de diámetro nos terminó de humillar. Lo único que me consolaba era la compañía de mi binomio.  Si yo sufría, el sufría y los dos entendíamos  por igual  nuestra caída en  desgracia.
Un día todo cambió. Solo era cuestión de tiempo que ese descerebrado incapaz de meter dos calcetines juntos en la lavadora, nos separara y yo perdí a mi pareja. Yo no imaginaba la vida sin él. Y el muy imbécil ni siquiera se daba cuenta de que mi color azul turquesa con platanitos amarillo limón no conjuntaba con el magenta con el que decidió sustituir a mi compañero. De repente siempre era el día del síndrome de Down para ese hombre.
¿Qué podía hacer a partir de ese momento sin mi fiel compañero? No iba a poder soportar a aquel ser apestoso sin él a mi lado.

-Parece mentira que hayan pasado 10 días desde la última vez que nos hicieron un ovillo. Había soñado tanto con este momento. Por fin juntos de nuevo, mojados, arrugados, sin centrifugar, oliendo casi tan mal como nuestro dueño...pero juntos al fin.

-Lo siento, don Demetrio, pero arreglar esta secadora le va a costar más que comprar una nueva...sí, sí...dos calcetines totalmente enrollados uno en el otro. Lo que la secadora unió que no lo separe un dueño hediondo.