De mayor, me mudé a mi primer apartamento, un lugar bastante triste y descacarado.
Mi primer propósito, como mujer independiente que me sentía, era conservar los pares de calcetines hasta que ambos tuvieran que ser sacrificados juntos. Evitar el agujero negro era necesario.
Y les aseguro que puse empeño en ello. Traté con todas mis fuerzas de conseguirlo. Y cuando ya me sentía segura de haberlo logrado... zas! va uno y se pierde!
Era una pieza bastante gastada, no ausente de remiendos. Era feo, vamos a decirlo. Pero aún así, significó una gran pérdida para mi. Era el símbolo de que había fallado.
Lo busque incansablemente, noche y día, en los rincones más recónditos del derruido piso. No hubo mueble que no revolviera en mi afán por encontrarlo.
Hasta que tuve que darme por vencida. Toda mi voluntad y mi energía no habían sido suficientes para derrotar al destino y de paso, demostrarle a mi madre que podía arreglarme sola.
"Quizás es el fin predestinado de todos los calcetines del mundo. De los que fueron y de los que serán", meditaba por entonces.
No podía quitármelo de la cabeza. Me desvelada pensar en el infeliz calcetín. Cada vez que abría el cajón y veía a su compañero...
Pasaron los años. Los pisos. Más calcetines se perdieron. Pero nunca, nunca, pude olvidarme de él, el primero, mi gran vergüenza.
No me creo que haya alguien que no haya perdido alguno...ni la mejor madre del mundo.
Saludos Insurgentes