«Los calcetines de Abel»

Hace tiempo que estoy aquí perdido, este cajón parece más bien un mar sin fondo donde todo lo que cae a sus profundidades parece irrecuperable, abandonado y olvidado. Y así es precisamente como me siento, abandonado. 
Hace días, quizá semanas, perdí la cuenta del tiempo que llevo sin ser utilizado aunque he de confesar que el motivo de por qué estoy en esta situación bien merece la pena.

Abel, a quien daba calor en sus pies con mi suave tejido de algodón, y su mujer deseaban en lo más profundo de su corazón formar una familia pero los embarazos se paraban a las pocas semanas de recibir la buena nueva así que él, como ofrecimiento para poder hacer su sueño realidad, prometió no volver a utilizar calcetines  para que la vida les regalase una familia, ni siquiera en los días más fríos del año de lluvia y nieve. Una promesa que cumplió a raja tabla; desde el mismo día en que la hizo yo quedé olvidado en el cajón de una cómoda de madera en la habitación del matrimonio.

Y, desde entonces, aquí sigo. Pensé que con la llegada de su primera hija la cosa cambiaría y me rescataría del olvido pero él, hombre fiel a su palabra y convicciones, sigue usando su calzado sin llevar calcetines.

Han pasado los años y su familia ha ido creciendo con la llegada de otros 3 retoños. Y allí está feliz, en su taller, herrando a mulas y caballos y explicando orgulloso a todo el que le pregunta el bonito motivo por el que un día decidió no volver a utilizarme, ni a mí ni al resto de calcetines que andamos perdidos en este oscuro rincón como símbolo de una promesa que trajo felicidad y alegría a esta casa.