«Nunca volví»

Aquel día entré en ese cajón por primera vez, con mi compañero, estábamos contentos, pues en esa mercería donde nos vendieron, algunos calcetines nos hacían la vida imposible, sobre todo los de color blanco, se creían superiores.
A la mañana siguiente, Lisa nos colocó en sus pies y salimos a correr. Nos sujetábamos bien fuerte a sus tobillos pero, de pronto sus pies comenzaron a sudar y un olor a queso de cabra comenzó a resurgir, creo recordar que me desmayé y desperté cuando me lanzaba en el interior de la lavadora. Llamé a mi compañero asustado: - ¡Pepitooo! ¿Dónde estás? -. No hubo respuesta. Decidí esconderme, me retorcí formando una bola en el interior de un bolsillo, por supuesto del mismo color que yo, negro. Lo único bueno de esta experiencia, fue el olor a jazmín de aquel suavizante que se mezclaba por todos mis hilos. Qué agradable deshacerme de aquel olor tan repugnante.
Por fin llegó el momento tendedero, en cuanto Lisa me viera asomar por el bolsillo, me volvería a juntar con mi compañero, nos secaríamos juntos y descansaríamos bajo el sol, después de tanto baile dentro del bombo era lo que más apetecía. No tuve tanta suerte, el pantalón donde me escondí, resultó salir como un higo, así que Lisa decidió sacudirlo bien antes de tenderlo, yo salí volando y fui a parar a otro tendedero lejano. Me dormí sobre un peluche tendido por sus orejas, era un perrito azul de tacto muy agradable.
Cuando desperté, me llevé una gran sorpresa, pues un niño muy feliz, me había colocado en su mano tras haberme pintado unos ojos y una boca. En la otra mano, mi compañero, que aunque le pintara un ojo a la virulé, me hizo el calcetín más feliz del mundo.