«¡Soy un p*** calcetín perdido, por el amor de dios!»

No me he perdido sin querer, que conste. 

No me gustaba donde estaba. No tenía un buen trabajo, ni una buena novia, ni unos buenos padres, ni unos buenos amigos. Si... "Vaya tela". Así que decidí poner tierra de por medio.

Nueva ciudad, nuevo número de teléfono. "¿Dónde se habrá metido éste?"

Encontré una baraja de tarot y me dio por escribir. De mi mente surgían historias absurdas. Mi imaginación me enviaba por madrigueras que nunca acababan y mi teclado descargaba kilobytes de información que luego almacenaba, revisaba, leía y releía. Las historias eran a veces sobre mí, y otras veces eran sobre experiencias pasadas, sobre sueños, sobre deseos, sobre futuribles... Atribuí a cada una de las cartas un significado conforme las disponía sobre la mesa: un día hablaban de mi exnovia, otro de mis padres. Les pregunté a esos naipes sobre mi futuro, mi pasado, mis opciones, mis ideas, mis emociones, mis sueños, mis inseguridades... A todo encontré explicación. Mi intuición, por medio de esa baraja, me dio todas las respuestas. A día de hoy aún las releo: Me gusta ver cómo mi cerebro trató de repararse a sí mismo abriéndose a la locura.

La locura, en mi caso, fue como abrirme a cualquier posibilidad sin dar nada por sentado: Podía ser un ser físico, o ser pura energía. Podía ser simplemente una idea en la mente de un dios, una opción de un universo de acciones, una repetición de un Big Bang infinito, una reencarnación de una mosca que ha pasado por tanto purgatorio que por fin le tocaba ya ser hombre...

Si algo tengo claro después de semejante viaje, es que nunca jamás se me pasó por la cabeza que yo podría ser un calcetín perdido...

Eso sí que sería de locos.