Según las estadísticas perdemos 1200 calcetines a lo largo de nuestra vida. Normalmente los enviamos al cesto de la ropa sucia y ya no volvemos a verlos.
Podemos culpar a la lavadora de no devolverlos, o al tendedero de no aguantarlos bien contra el viento.
En este caso, la pérdida del calcetín fue responsabilidad mía. Se separaron y no volvieron a juntarse, y eso marcó mi destino.
Después de varios días de aparecer el cadáver de Caroline, alumna de 2º curso de Medicina, y de haber sido entrevistada la totalidad del campus, yo respiraba tranquilo. Todas las pruebas señalaban a Tony, novio de la chica, como el culpable.
El perfil agresivo del chico, las pocas simpatías que despertaba por donde quiera que pasara y una confesión, totalmente inventada por mí, en la que conté a la policía como ella me había confesado que él la amenazaba constantemente si no llevaba el día a día que él quería, parecían no dejar duda sobre quién debía ser el detenido.
Pensarás que cómo fui capaz de acabar con la vida de una joven, pero ante su terrible decisión de contar nuestra aventura, lo que acabaría con mi prestigiosa carrera como catedrático, tuve que cortar por lo sano. Me ha costado demasiado llegar hasta aquí para que una caprichosa lo derrumbe todo.
Y justo en el momento en que pensaba que todo había acabado, ahí estaba el dichoso calcetín. Lo habían encontrado en la habitación de Caroline, y me llevó directamente a esta celda.
Mi compañero de celda dice que la moraleja de mi historia, es que ver Dexter o You no te enseñan a realizar el crimen perfecto. Para mí, la moraleja es que siempre hay que tener controlados dónde están los dos calcetines de cada par.
Saludos Insurgentes
Estupendo relato.